modales

“Siéntate bien”, “no pongas los codos en la mesa”, “no hagas ruido al comer”. Éstas son algunas de las instrucciones que recibimos cuando éramos niños y que, probablemente, no siempre seguimos, pero ¿de dónde vienen estas reglas? ¿En qué momento los humanos decidimos que existía una forma correcta de comer? La historia nos muestra un largo y complicado recorrido en el que la humanidad aprendió a esconder sus instintos más primitivos y los cambió por lo que hoy llamamos: modales.

En Francia, a principios del siglo XII, la reina Leonor de Aquitania contrajo matrimonio con el rey Enrique II de Inglaterra, sin embargo, notó que las costumbres y el trato de su nuevo esposo no eran particularmente refinados. Como no era bien visto en aquel entonces que una mujer dijera las cosas que le molestaban, Elena contrató a un trovador popular para que le escribiera un poema de amor a su esposo en el que detallaba exactamente cómo le gustaría que la tratara y cómo debería comportarse en público. Fue de esta ingeniosa manera que se escribió el primer esbozo de un código de conducta social y así, sin quererlo, nació la idea de la caballerosidad, concepto que se popularizó rápidamente por toda Europa.

Actualmente existen reglas en la mesa, algunas siguen siendo estrictas como el siempre esperar al anfitrión para sentarse a comer y otras más relajadas como la posibilidad de disfrutar unos tacos con las manos. En general todas se pueden deducir utilizando el sentido común: los cubiertos se van usando de afuera hacia adentro según la necesidad de cada platillo, la servilleta de tela va siempre sobre las piernas para proteger la ropa, el plato de pan se encuentra del lado izquierdo del comensal y las copas del lado derecho porque es lo que resulta más cómodo para la mayoría de las personas, evita usar tu celular y agradece siempre a quien te sirve. Al final se trata de disfrutar la comida sin tener que darle muchas vueltas, mientras estemos en buena compañía y tengamos un mínimo sentido de los buenos modales, todas las reglas pueden, si no romperse, al menos doblarse.

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No se trata de una lista rígida de reglas, sino de pequeños gestos que marcan la diferencia. Por ejemplo, esperar a que todos estén servidos antes de comenzar a comer no solo demuestra cortesía, sino que refuerza la idea de comunidad. Usar la servilleta sobre las piernas, sostener las copas por el tallo o no invadir el espacio del comensal de al lado, son detalles que reflejan elegancia.

Más allá de las reglas, los buenos modales en la mesa tienen una base sencilla: el respeto y la armonía. No se trata de impresionar, sino de disfrutar con consciencia. En una boda, los momentos alrededor de la mesa son aquellos en los que las emociones se relajan, las risas se comparten y los recuerdos se crean.

Así que la próxima vez que te sientes en una boda, recuerda que la etiqueta no es un conjunto de restricciones, sino una manera de hacer sentir bien a quienes te rodean. Porque la verdadera elegancia no está en saber todas las reglas, sino en crear un ambiente donde todos puedan disfrutar con gracia, amabilidad y conexión.

En el fondo, eso es lo que realmente celebra una boda: el arte de compartir, de convivir y de disfrutar juntos… con estilo.